sábado, 29 de octubre de 2011

Pequeños infiernos

Hace un año.
La llamada de teléfono de casi todos los días. Salir corriendo al colegio, pensando qué habrías hecho esta vez. El despacho de los reproches, de la reprobación, de las miradas que hacen sentir culpable.

Te dolía la tripa, pero no había preocupación, solo había recriminaciones, sermones paganos de quien se siente por encima del bien y del mal.
Y empezó el recorrido que ya había vivido y en aquel momento no recordaba. Supongo que el cerebro de un padre borra aquello que no quiere recordar ni creer.

Primero al centro de salud. No se cuantas se ha tomado, tú seguías manteniendo que solo una. Ya con tu pediatra confesaste primero que dos y luego que seis. Y a partir de ahí el camino frenético en el que cada estación era un infierno peor e inesperado. Otra vez.

Llamada de la doctora entre cuchicheos, y del centro de salud al hospital. Allí nos estaban esperando para atenderte de inmediato, con cara de preocupación. Otra vez.

Cada vez te sentías peor, y ya no eran seis, ya fueron diecisiete. Diecisiete aspirinas. 
La espera en un box. El mundo que se me caía. Tu cara de niño en mi cabeza mientras el tiempo pasaba tan despacio y yo no tenía noticias. Mi soledad en un box era tu soledad acompañada de médicos mientras te ibas.

Tiene una intoxicación muy severa, no vomita, y su cuerpo lo ha absorbido todo, ha pasado mucho tiempo. Se ha envenenado. Está muy mal. Estabas muy mal.
Lavados de estómago, que ya habían avisado que no servirían, porque el tiempo había jugado en tu contra, demasiadas horas que habías aguantado tu mentira, no se si consciente o inconscientemente.

Pero ahora estaba contigo. Tu cara de dolor, de sufrimiento, rodeados de más camas con más dolor y más sufrimiento en ellas. Ver sufrir a un niño es horroroso, pero además eras tú. La noche sería el juez y solo había dos sentencias posibles, inocente o culpable. Y en ese mundo si había pena de muerte.

Llegó la mañana, y habías salido inocente. Otra vez.

Pero había más estaciones en ese viaje al infierno. 

Psiquiatras que querían hablar conmigo. Y no venían solos, había alguien de la comunidad, y policía esperando fuera del despacho donde hablamos.
No fue una consulta. Fue un interrogatorio en los que me sentía como un delincuente. Yo solo preguntaba que es lo que estaba pasando, pero como en las pelis, las preguntas las hacían ellos. Limítese a responder.

El resultado fue un cambio de hospital. Alivio, tu seguías encontrándote mal, pero ya no había tanto peligro. 

En el nuevo hospital también nos estaban esperando. Nos encaminaron al ala donde te volverían a ingresar. Otra estación en el viaje al abismo.

Puertas cerradas a cal y canto. Cámaras. Tu habitación con solo una cama y nada más. Paredes blandas. Y más puertas cerradas, y más cámaras. Un cuaderno y un bolígrafo (de los que no se pueden desmontar), ese era todo el equipaje que podías tener. Me dejaron una silla y una manta para pasar la noche contigo. Y nadie me decía nada.

Por la mañana me dijeron que estarías allí un tiempo, que diez minutos por la tarde sería nuestro único momento. Si te lo ganabas.

Dos semanas estuviste en esa cárcel, aislado, con visitas que se nos iban en dos abrazos, el de llegada y el de despedida. Tu cara de desesperación, tus ojos diluidos en agua que gritaban la palabra abandono en mis oídos.

Por fin el alta, pero el viaje no había terminado. O aceptaba que entraras en un centro de día, o la comunidad se haría cargo de la tutela y ya no sería solo de día.

Y así hasta hoy. Nuestra vida desmontada por completo. Tu sin colegio y sin amigos, yo sin trabajo y sin tiempo. Dedicados a que tú saques fuera esos demonios que te empujan a comerte cosas, a clavarte bolis cerca de las venas, a un puente o a la vía del tren. 

Quiero creer que tu sonrisa de todos los días significa que estás en ello. Que dentro de un año podré escribir que la pesadilla pasó y que eres todo lo feliz que corresponde a los pocos años que tienes. Que sabrás manejar los contratiempos que la vida te pondrá en tu camino, y que sabrás disfrutar de todos los momentos que te esperan.

Futuro es tu palabra.

2 comentarios:

R dijo...

Desgarrador....no puedo, no me atrevo a decir más...

Me quedo con las sonrisas, promesas d futuro. Quiero, deseo, espero, confío q tú también y q el futuro te dé la razón.

Un abrazo muy fuerte. A ambos.

R

Anónimo dijo...

¡Oh,Cisco!
Este terrible episodio de tu vida nos lo contaste en EPRV.
Menos detallado y extenso,pero a mí se me quedó grabado y me acongojó.
Ha pasado un año.Me atrevo a pensar que todo va mucho mejor.
Tengo bastante experiencia profesional en casos así,y estoy convencida de que lo único que a la postre funciona,es darles mucho amor.
y estoy segura de que a tu hijo eso no le falta.
Un abrazo.Lunalia.