jueves, 13 de octubre de 2011

Gaviotas, peces, amor...

Hacía sol. Y calor. No es el recuerdo más fuerte que tengo de ese día, pero si quizá el primero que me viene a la cabeza.

Había subido porque tenía una entrevista de trabajo. Luego, pensándolo bien, no sabía para que fui, mi vida no me lo permitía en ese momento. En el colmo de la incoherencia, incluso llegué a buscar casa, seguro de que obtendría el trabajo. Una buena oportunidad laboral, una casa en venta a un precio razonable, de esas que nunca se venden, un dúplex con vistas al puerto por un lado y a una pequeña plaza con una iglesia preciosa por otro. Una casa en el mejor sitio y perfectamente distribuida en el interior.

Y encima en mi tierra, donde nunca viví pero donde quiero acabar y morir.

Lo malo era el momento. Las cosas buenas, las oportunidades llegan siempre en el momento más inoportuno. Los valientes, los triunfadores aprovechan esas oportunidades, y hacen frente a la dificultad del momento. Pero yo no. Yo utilizo esa inoportunidad como excusa, como asa a la que agarrarme para quedarme en lo cómodo y no ser feliz.
Y para lamentar mis decisiones el resto de mi vida.

Me senté aquella mañana en un bar del puerto. Pedí una botella de sidra y unas navajas, y me puse a observar como pasaba la vida por allí.
Como podría ser mi vida.

El tiempo parecía más largo, la gente más cordial, el día acompañaba (cosa rara) y también se sumaban a la fiesta las gaviotas, como bailando sobre el mar para completar la escenografía, para diseñar una coreografía que aun le diese más sentido a todo. El lugar, el trabajo, la casa, la gente, yo sería feliz allí.

Llegó un hombre con una caña y un cubo. Debía haberlo preparado el destino para dar el contrapunto, para hacerme reflexionar sobre eso que nos contaban de pequeños que Jesús había dicho sobre los pájaros, y cómo siempre encontraban como alimentarse. 

El hombre empezó a pescar con una facilidad sorprendente. En un par de horas allí, echó no menos de 30 peces al cubo. Los pocos niños que había se acercaban, fascinados por la pesca, por esa mezcla de admiración y pena por el animal agonizando fuera de su medio. Los adultos miraban con simpatía la maña que el pescador se daba para sacar los peces.

Dios proveerá, pensé.

Tres gaviotas se posaron sobre la valla que separaba el cemento del agua del puerto. Como posando. Una señal, pensé. 

Supe entonces que no me atrevería.

Y lo fotografié para recordarlo siempre.


Hay quien vive la vida y hay quien solo hace planes y vive lamentándose. Yo soy de los segundos.

2 comentarios:

R dijo...

Te entiendo. Por eso solo puedo hacerte compañía, sonreírte triste y desearte q otro dia de gaviotas te confirmen q harás aquello q será perfecto.

Me encanta como escribes, me llega muy hondo.

Y la foto, pese a lo q pueda significar, es muy bonita.

Cisco: Me tienes atrapada por tu sensibilidad!!

Un beso,

R

Cisco dijo...

Hola R.

Gracias por tu compañía y por leerme.

No hay muchos dias de gaviotas, hay que estar atentos y no dejarlos ir.

Un beso.

Cisco.