sábado, 8 de octubre de 2011

Demonios

Esta entrada es absolutamente personal. Brutalmente personal.
Hoy un amigo, de los que no he visto nunca, pero que siento muy cerca ha removido demonios en mi interior. Y me ha recordado la historia de una mujer a la que conocí.

Tenía casi cincuenta años. Su marido había muerto tras pelearse con un cáncer y perder, como casi siempre. Su hijo de dieciocho se había ido a vivir su propia vida, como debe ser, pensó ella.
Pero se había quedado sola. La casa se le hacía enorme y los días larguísimos. Esperaba con anhelo que llegaran los domingos, día en que su hijo y sus amigos iban a su casa a comer tras haber jugado al fútbol. El domingo era su tabla de salvación, su único contacto con la vida. Cocinaba desde primera hora, comía con ellos, compartía sobremesa...pero a media tarde la casa (y su vida) volvía a estar vacía.

Llegaron las adicciones, claro. Llenar tanto tiempo no es fácil. Y es humano intentar pasar el tiempo de soledad con una felicidad artificial, que no es felicidad sino negación. Completó su vida con compras desmesuradas, con llamadas de teléfono interminables, empezó a fumar...y a beber. Y todo esto sola. Sola. Sola. Así durante años.

Un día su hijo recibió una llamada telefónica de un amigo médico que trabajaba en el hospital de la princesa. Le dijo que su madre estaba allí en el hospital y que fuera inmediatamente.

La mujer había empezado a escupir sangre. 
Cuando el hijo llegó vio a su madre, se encontraba bien. Cuando se quedó a solas con el médico, amigo suyo desde niños...

Shock.

No se como decirte esto. Avisa a la familia y amigos que tengáis, no se si tu madre va a salir de esto.

Shock.

Pero ¿que es lo que pasa? ¿Qué tiene?

Tu madre bebe. Mucho. Es alcohólica.

Shock.

¿Qué dices? Yo nunca...

Suele ser así, los hombres beben en los bares, las mujeres solas en casa. Y tiene el hígado irrecuperable, sangra y por eso escupe y vomita sangre.

Nunca imaginará lo difícil que fue para su amigo decirle esto. Pero en ese momento no podía pensar en nada, se había bloqueado. ¿Su madre? Pero si nunca...¡Y ahora se moría!

No murió esa noche, se recuperó tras un mes en el hospital y volvió a su casa, sola. Pero ya había decidido que quería morir y como quería hacerlo. No tenía sentido seguir viviendo, ¿para qué?.

Su hijo iba mucho más a menudo (nunca se perdonará no haber estado allí permanentemente), registraba la casa cuando ella no estaba buscando alcohol, y no encontraba nada. Pero si había.

Uno de esos domingos madre e hijo discutieron. Por una cerveza. La mujer echó de casa al hijo y pasaron unos días sin hablar. Decidió terminar con todo.

Una mañana sonó el teléfono en casa del hijo, cuando lo cogió no se oía nada. Silencio. Sin saber por qué salió corriendo a casa de su madre. Llamó al timbre y nada. Abrió la puerta, la llamó, fue a su habitación...

Un charco enorme de sangre empapaba la moqueta y su madre encima. Estaba caliente aun, pero no respiraba, no tenía pulso...Se desangró por dentro. El hígado y el alma.

El teléfono estaba descolgado.

Nunca olvidaré el silencio del teléfono, lo recuerdo como una despedida. Lo último que hice con mi madre fue...    Nunca más fui capaz de volver a discutir. Con nadie.

Ahora mi personita de once años lleva ya ocho intentos de suicidio. ¿Qué estoy haciendo mal?

3 comentarios:

R dijo...

Dios, Cisco. No matar a la culpa, no perdonarse, eso es lo mal hecho.
Se me ha encogido el corazón.

Tu sensibilidad me tiene completamente rendida. Te felicito. Te envidio.

Te mando un abrazo,

R

Cisco dijo...

Buenos dias R.

Gracias por leerme, lo primero.

La culpa no solo no muere, sino que además nos moldea, define lo que seremos. Puedes esconderla, pero siempre está, siempre sale.

Me gustan mucho tus comentarios, no solo los de aquí. Soy yo el que aprende.

Un abrazo.

Cisco.

dandybrandy dijo...

yo pecador....zzz....zzzz

(mola plus ser calvinista)