miércoles, 9 de octubre de 2013

Errores


Ayer vi un anuncio de una cadena de televisión en la que decían algo así como “equivocarse no es un crimen”.

Y puede que sea cierto, pero a veces sus consecuencias son tan devastadoras como si lo fuera. Eso sí, si es un error somos indulgentes.

Si lo dejamos ahí en esa frase, estaremos todos de acuerdo, pero si profundizamos un poco más yo dejo de estar tan seguro de ello. ¿Dónde ponemos el límite? Porque equivocarse en una decisión puede venir por muchas causas. Podemos tomar decisiones por comodidad, tomando riesgos, por debilidad, por ambición, por amor, por egoísmo… Y si la cosa sale mal, ¿nos basta con decir que ha sido un error? ¿Y nos vamos tan contentos? ¿O es que no somos responsables de haber tomado decisiones en base a nuestras propias conveniencias, o comodidades?

Quizá si nos responsabilizáramos de las consecuencias de nuestros errores, cometeríamos menos en el futuro.

O quizá, como me pasa a mí, solo conseguiríamos no dormir bien ninguna noche más el resto de nuestras vidas.

viernes, 4 de octubre de 2013

Vital


Ayer alguien me dijo que tendría que encontrar el punto medio en mi vida. En mi actitud ante la vida, más bien.

“Has pasado de estar follando en un coche en el garaje del Titanic a alinear las sillas en cubierta mientras el barco se hunde”.

En resumen, he pasado de la improvisación y despreocupación absoluta y el dios proveerá a intentar ser demasiado planificado, demasiado ordenado, pero sin sentido. En dos días y lo que es peor, sin saber a dónde ir, sin tener los principios míos propios arraigados.

Que necesito un cambio es evidente, pero lo que no me había planteado es que tengo que parar, que pensar donde, como y con quien quiero ir. Tengo que mirar en mis sueños más realistas y plantearme como quiero verme en un futuro cercano, y una vez que lo sepa tengo que plantearme cómo quiero llegar, y quien quiero que esté en ese destino final.

Suena fácil, pero esto no es solo en un aspecto de mi vida, sino en todos. No es un proyecto, es un programa donde hay muchos proyectos con tareas entrelazadas, con riesgos e impactos comunes, e incluso con tareas que se pueden antojar incompatibles de un proyecto con otro. Y eso requiere tiempo y esfuerzo antes de empezar. Sé que es una inversión, pero ¿quién tiene ese tiempo?, ¿quién puede pararlo todo para arrancar de cero luego?

Da vértigo pensar que echo el freno. Pero a la vez ilusiona, al menos tengo la ilusoria sensación de que decido algo. En lo personal, con mi hijo, con mi familia, con mis amigos, con mis conocidos, con mis hobbies y mis aspiraciones de diversión. En lo laboral, en la relación con mis compañeros, con los colaboradores de mis relaciones laborales, con mis jefes, con mis subordinados, en mis aspiraciones profesionales, en el trabajo que quiero hacer, en la vida que quiero llevar tanto en lo personal como en lo profesional.

Es muy complicado, pero voy a analizar todo eso, voy a fijarme un objetivo vital, voy a escribir unos valores, una constitución de vida de donde partir, y voy a fijarme unas tareas a corto plazo, otras a medio y otras a largo plazo para al final, si todo fuera como tiene que ir, conseguir ese sueño realista que quiero que sea mi vida futura.

O no, a lo mejor me voy a tomar una cerveza.

jueves, 3 de octubre de 2013

Un momento


En una mirada empieza todo. O eso creemos. O eso queremos creer.

De repente una mirada en el autobús, en el trabajo, en clase, en un restaurante. Y suele ser una mirada correspondida, y entonces ya no es solo una, son dos, son tres, son muchas. Y son menos de las que nos gustaría, miradas nuestras que se pierden sin coincidir con la suya, y miradas de la otra persona que nos perdemos. No se cuales nos duelen más.

Y a partir de aquí leemos promesas, sueños, formas de ser, sonrisas. Y creamos historias alrededor de ellas, y de esas historias inventamos realidades, y sin darnos cuenta damos por verdad lo que no es más que humo. Humo invisible o humo de colores, pero humo.

Y a veces ahí comienza algo, no solo una ilusión, sino algo más tangible, algo que sentimos, algo que vemos, que vivimos. Y entonces hay mucho más. Hacemos a esa persona parte de nuestro universo, de hecho lo llenamos con su energía, con su presencia, con su ausencia, con su cuerpo y con su alma, con sus palabras, con sus silencios.

Y un día no está. Un día nos deja, y nos sentimos traicionados. Nos sentimos traicionados porque aquella mirada nos dijo tanto, nos prometió tanto. Pero es mentira, las miradas nunca prometen una vida, prometen siempre un momento. Un momento de lujuria o un momento de amor. Un momento de risas, de palabras, de compañía, de confidencias, de complicidad. Un momento largo o corto. Un momento.

Una mirada no cambiará mi mundo. Yo he cambiado mi mundo por una mirada. Por un momento.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Oscuridad


Mi vida siempre ha seguido un rumbo impulsivo. Supongo que tiene que ver con lo que aprendí de pequeño, cuando la capacidad de absorción del cerebro es tal, que todo salía natural sin necesidad de pensarlo antes.

La planificación nunca ha formado parte de mi forma de ser, y cuando lo he intentado ha resultado un fracaso, que las cosas salgan según lo previsto me aburre, la imprevisibilidad del resultado es lo que le pone emoción a vivir.

El problema es que la vida es un constante rodar hacia abajo, el porcentaje de acierto va bajando irremisiblemente y eso significa que lo que antes era alegría tras alegría, se va transformando poco a poco en una montaña rusa donde los éxitos y los fracasos se van mezclando, llevando mi estado de ánimo a una bipolaridad difícil de soportar.

Me encuentro ahora en uno de esos momentos en los que la manifiesta falta de previsión, el dejarlo todo a la improvisación me tiene en el pozo más profundo imaginable. Y encima con bajas colaterales que hacen que el dolor sea difícilmente soportable.

El consejo es fácil: lucha, me dicen. Yo nunca he luchado, me he defendido, he esquivado los golpes según me los han lanzado, pero este golpe me ha alcanzado en el peor sitio, en el corazón. KO por languidez. Las lágrimas no dejan de caer y siento que el corazón se marchita, se seca al mismo tiempo que los ojos se empapan.

Culpa y tristeza se juntan en mi cabeza, al tiempo que no encuentro ya mi alma. Vivir por otros (por y para otro) tiene estos finales, comencé siendo víctima y termino como espectador que increpa al protagonista por débil, por gilipollas. Lo peor es que esto suele ocurrir cuando ya no hay nada que hacer cuando he perdido, cuando el resultado es inamovible.

El sol, dicen, seguirá saliendo pero yo no lo sabré. El sol seguirá saliendo para quien se ha tomado la vida como una guerra y para quien la victoria solo lo es por la derrota de otro. Jugué una partida de ajedrez en la que basé mi razón en salvar mis piezas, mientras que mi rival sacrificó todas las suyas (y las mías) y venció por jaque mate y porque mi rey se suicidó al perder la pieza que más amaba.

La oscuridad no existe por sí sola, es solo la consecuencia de la falta de luz. Y mi luz la he perdido, se la han llevado para apagarla otra vez en otro hogar.

martes, 1 de octubre de 2013

Amanece de momento.


Me gusta amanecer con el día. No soporto que el amanecer ocurra para los demás y que yo me lo pierda. Es mi momento, cuando estoy de verdad solo, y cuando más sincero soy conmigo mismo. Cuando preparo mi cuerpo y sobre todo mi mente para lo que viene. Cuando soluciono mis problemas. Cuando me hablo de lo que me preocupa. Cuando me contesto, cuando lloro, cuando rio, cuando me crezco.

El amanecer lo siento como una nueva oportunidad, cuando lo que condiciona mi vida está tan lejos que no me salpican sus gotas. Y me gusta amanecer desde mi terraza observando como amanecen los demás. Me pone en mi lugar.

El amanecer tiene siempre algo que lo hace especial, sospecho que es más mi forma de mirarlo que su propia realidad, más lo que significa que lo que es.

Necesito media hora del amanecer para encontrar mi sitio, con mi café, con los dos únicos cigarrillos que fumo al día, con mi soledad. Y cuando me he encontrado, cuando me he dicho las cosas a la cara, cuando ya estoy listo, necesito que vengas, me abraces y me beses. A pesar de todo lo dicho, sin esto último lo anterior no serviría de nada.

Por malo que sea el día, ya habrá merecido la pena empezarlo.

Cuando te pierda, no volverá a amanecer.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Niño bomba


No me lo puedo creer. Y no es una expresión, es que de verdad me está costando hacerme a la idea que la escena, este último acto es real.

Me suele ocurrir cuando la realidad escapa de la lógica, bueno de mi lógica.

Habían sido 13 años de una pelea constante, de una adaptación a lo que iba ocurriendo, que iba dejando heridas, enfermedades, esfuerzos, e incluso bajas definitivas en el camino. Y la lucha seguía, eso lo tengo claro, es una guerra en la que las batallas no iban a dejar de aparecer. El problema es que yo creía que durante esos primeros años ya había vencido a un enemigo, vencido en el sentido de acuerdo, de pensar que estábamos en el mismo bando y que los enemigos reales eran otros. A ese acuerdo se había llegado también con muchas heridas que no iban a cerrar nunca, pero que yo estaba dispuesto a no hacer caso más allá de la cura diaria y el vendaje necesario.

Años, los últimos en los que he perdido todo y he tenido que reconstruirme varias veces. Años en los que el esfuerzo ha sido tal que internamente me he rendido. Años de renuncia, años sin vida propia, años entre la espada y la pared.

Pérdidas en forma de amigos, de familiares, de casa, de trabajo, de tiempo…

Ahora la última reconstrucción estaba siendo si cabe la más dura, la más dolorosa, pero con la perspectiva de que en el objetivo final real, íbamos mejorando. Y que cuando esa mejora se afianzara, podría poner alguna energía en la reconstrucción de lo mío.

Y entonces ocurre. Una notificación. Una demanda. Una buena hostia, vamos.

La demanda viene a decir que no solo nadie me agradece todo este esfuerzo, que no solo yo no voy a poder disfrutar de esa mejora conseguida. La demanda dice que va a tirar ese trabajo por tierra. Que no ha servido para nada, y que no le importa una mierda las consecuencias (no sobre mi), sino sobre ese objetivo que yo creía común. Que eso por lo que he luchado tanto no solo me lo arrebatan, me lo secuestran además a la fuerza y contra la voluntad no solo mía, sino de él mismo.

Mi enemigo en la batalla era la vida, la enfermedad, los trastornos, el dolor, la infelicidad… (Quiten por favor los "el" y los “la” y pongan muchos “su”).

El enemigo de ella era yo, y no me di cuenta. Y él ha sido siempre su mejor arma, en realidad la única con la que podía destruirme del todo. Pero ahora ha dejado de ser un arma, y se ha convertido en un rehén, en la persona a la que le acoplan la mochila bomba para hacerme explotar, llevándose a él por medio como mal necesario para su objetivo. Y todo esto sin temblarle el pulso. Ni un poquito.

No lo dejo escrito, pero la rabia cuando sí me lo pueda creer…