lunes, 24 de octubre de 2011

Mi tierra

Es parte de mi vida. Supongo que el recuerdo de cuando era pequeño influye en ello. Cuando iba en el asiento de atrás del coche con mis padres, en el centro, apoyado en los asientos delanteros. Llegábamos arriba de Pajares y mi padre ponía una cinta de asturianadas de Víctor Manuel. Y yo me empapaba de todo eso. 

Siempre el mismo recorrido, primero la montaña, verde y salvaje, con las vacas pastando y los asturcones al borde de la carretera. Casas perdidas, algunas ya con sus hórreos, con sus pajares y los zuecos por allí tirados o en los pies de algún paisano que estaba trabajando.

Terminábamos de bajar Pajares y llegábamos a Pola, triste, pobre pero yo tenía la sensación de a pesar de su humildad, orgullosa. En ese momento, en el que el coche iba atravesando túneles en la montaña y nos acercábamos a Mieres, sucia, negra en mitad del verde, no se por qué, la cinta se empeñaba en ponerle banda sonora y sonaba "el abuelo fue picador...". Imaginaba yo ingenuamente y sin ningún conocimiento la vida del minero, allí encerrado, jugándose la vida a diario, en una apuesta perdedora, porque tarde o temprano el cuerpo pasaría factura en forma de cáncer de pulmón o silicosis.

Por fin llegábamos a Oviedo, mi abuela tenía la casa enfrente del parque San Francisco (el de la osa Petra) y junto al teatro Campoamor. Mi padre metía el coche en aquel portal/cochera que me parecía enorme. Yo, libre de responsabilidad de maletas, subía corriendo las escaleras para llamar a la puerta de mi abuela. Después del abrazo y el beso, iba impaciente a la cocina, centro de aquella casa, con su cocina de leña en el medio. Y los chipirones en su tinta con los que mi lela me recibía siempre para comer.

Paseo por la tarde por aquel Oviedo fascinante, un rato en el parque, un recorrido por las pastelerías que eran al tiempo cafeterías. Y cajita de bombones de Peñalba.

Al día siguiente tocaba Gijón. La Playa de San Lorenzo, a la altura de la escalera 13. Jugar con las olas, pasear por el muro, aperitivo en Bellavista, y más playa. La tarde en el parque de Begoña. Cenábamos en el puerto, en Las Ballenas, cecina y sardinas. Y sidra, que el pediatra, asturiano también, me dejaba tomar.

Y las visitas al chigre en el Infanzón, a Tazones, Ribadesella, Luarca, Cudillero. El mar, mi mar.

Ni mis padres ni mi abuela están ya, se fueron hace mucho a un lugar mejor. Tuve que arrojar las cenizas de los tres a su mar, por eso cada vez que cruzo el Negrón los siento conmigo, más cerca que nunca.

Nací allí, no llegué a vivir nunca en Asturias, pero se que más pronto que tarde será mi hogar. Y ojalá pueda morir allí, y mis cenizas se junten con las de mi familia. 
En nuestro mar.

2 comentarios:

R dijo...

Una entrada llena de cariño.

Todos tenemos los viajes hacia las vacaciones en la memoria. El mío me llevaba con mis tres hermanos en un Seat 850 hacia una ciudad trimilenaria a orillas del Ebro.

Los míos aún están aquí (solo mis padres) pese a que ahora son umos ancianos frágiles, sombras de aquellos padres poderosos y decididos...

No sé q hay más allá, espero q nos reconozcamos en un todo.

Y espero que eso pase cuando nuestros hijos sean independientes, adultos realizados y a ser posible felices.

Yo te lo deseo!!!

Saludos, Cisco

R

Anónimo dijo...

Me gusta leerte,Cisco.
Rememorar tu infancia y tu tierra,me ha llevado a mí a recordar sensaciones casi olvidadas.
Ese es el poder de la literatura.Te transporta,te sensibiliza,te eleva.
Gracias por lo que nos das.Por lo que me das.
Un abrazo. Lunalia.