No me lo puedo creer. Y no es una expresión, es que de
verdad me está costando hacerme a la idea que la escena, este último acto es real.
Me suele ocurrir cuando la realidad escapa de la lógica,
bueno de mi lógica.
Habían sido 13 años de una pelea constante, de una
adaptación a lo que iba ocurriendo, que iba dejando heridas, enfermedades,
esfuerzos, e incluso bajas definitivas en el camino. Y la lucha seguía, eso lo
tengo claro, es una guerra en la que las batallas no iban a dejar de aparecer.
El problema es que yo creía que durante esos primeros años ya había vencido a
un enemigo, vencido en el sentido de acuerdo, de pensar que estábamos en el
mismo bando y que los enemigos reales eran otros. A ese acuerdo se había
llegado también con muchas heridas que no iban a cerrar nunca, pero que yo
estaba dispuesto a no hacer caso más allá de la cura diaria y el vendaje
necesario.
Años, los últimos en los que he perdido todo y he tenido que
reconstruirme varias veces. Años en los que el esfuerzo ha sido tal que
internamente me he rendido. Años de renuncia, años sin vida propia, años entre
la espada y la pared.
Pérdidas en forma de amigos, de familiares, de casa, de
trabajo, de tiempo…
Ahora la última reconstrucción estaba siendo si cabe la más
dura, la más dolorosa, pero con la perspectiva de que en el objetivo final
real, íbamos mejorando. Y que cuando esa mejora se afianzara, podría poner
alguna energía en la reconstrucción de lo mío.
Y entonces ocurre. Una notificación. Una demanda. Una buena
hostia, vamos.
La demanda viene a decir que no solo nadie me agradece todo
este esfuerzo, que no solo yo no voy a poder disfrutar de esa mejora
conseguida. La demanda dice que va a tirar ese trabajo por tierra. Que no ha
servido para nada, y que no le importa una mierda las consecuencias (no sobre
mi), sino sobre ese objetivo que yo creía común. Que eso por lo que he luchado
tanto no solo me lo arrebatan, me lo secuestran además a la fuerza y contra la
voluntad no solo mía, sino de él mismo.
Mi enemigo en la batalla era la vida, la enfermedad, los
trastornos, el dolor, la infelicidad… (Quiten por favor los "el" y los “la” y pongan
muchos “su”).
El enemigo de ella era yo, y no me di cuenta. Y él ha sido
siempre su mejor arma, en realidad la única con la que podía destruirme del
todo. Pero ahora ha dejado de ser un arma, y se ha convertido en un rehén, en
la persona a la que le acoplan la mochila bomba para hacerme explotar, llevándose
a él por medio como mal necesario para su objetivo. Y todo esto sin temblarle
el pulso. Ni un poquito.
No lo dejo escrito, pero la rabia cuando sí me lo pueda creer…