lunes, 30 de septiembre de 2013

Niño bomba


No me lo puedo creer. Y no es una expresión, es que de verdad me está costando hacerme a la idea que la escena, este último acto es real.

Me suele ocurrir cuando la realidad escapa de la lógica, bueno de mi lógica.

Habían sido 13 años de una pelea constante, de una adaptación a lo que iba ocurriendo, que iba dejando heridas, enfermedades, esfuerzos, e incluso bajas definitivas en el camino. Y la lucha seguía, eso lo tengo claro, es una guerra en la que las batallas no iban a dejar de aparecer. El problema es que yo creía que durante esos primeros años ya había vencido a un enemigo, vencido en el sentido de acuerdo, de pensar que estábamos en el mismo bando y que los enemigos reales eran otros. A ese acuerdo se había llegado también con muchas heridas que no iban a cerrar nunca, pero que yo estaba dispuesto a no hacer caso más allá de la cura diaria y el vendaje necesario.

Años, los últimos en los que he perdido todo y he tenido que reconstruirme varias veces. Años en los que el esfuerzo ha sido tal que internamente me he rendido. Años de renuncia, años sin vida propia, años entre la espada y la pared.

Pérdidas en forma de amigos, de familiares, de casa, de trabajo, de tiempo…

Ahora la última reconstrucción estaba siendo si cabe la más dura, la más dolorosa, pero con la perspectiva de que en el objetivo final real, íbamos mejorando. Y que cuando esa mejora se afianzara, podría poner alguna energía en la reconstrucción de lo mío.

Y entonces ocurre. Una notificación. Una demanda. Una buena hostia, vamos.

La demanda viene a decir que no solo nadie me agradece todo este esfuerzo, que no solo yo no voy a poder disfrutar de esa mejora conseguida. La demanda dice que va a tirar ese trabajo por tierra. Que no ha servido para nada, y que no le importa una mierda las consecuencias (no sobre mi), sino sobre ese objetivo que yo creía común. Que eso por lo que he luchado tanto no solo me lo arrebatan, me lo secuestran además a la fuerza y contra la voluntad no solo mía, sino de él mismo.

Mi enemigo en la batalla era la vida, la enfermedad, los trastornos, el dolor, la infelicidad… (Quiten por favor los "el" y los “la” y pongan muchos “su”).

El enemigo de ella era yo, y no me di cuenta. Y él ha sido siempre su mejor arma, en realidad la única con la que podía destruirme del todo. Pero ahora ha dejado de ser un arma, y se ha convertido en un rehén, en la persona a la que le acoplan la mochila bomba para hacerme explotar, llevándose a él por medio como mal necesario para su objetivo. Y todo esto sin temblarle el pulso. Ni un poquito.

No lo dejo escrito, pero la rabia cuando sí me lo pueda creer…