sábado, 29 de octubre de 2011

Pequeños infiernos

Hace un año.
La llamada de teléfono de casi todos los días. Salir corriendo al colegio, pensando qué habrías hecho esta vez. El despacho de los reproches, de la reprobación, de las miradas que hacen sentir culpable.

Te dolía la tripa, pero no había preocupación, solo había recriminaciones, sermones paganos de quien se siente por encima del bien y del mal.
Y empezó el recorrido que ya había vivido y en aquel momento no recordaba. Supongo que el cerebro de un padre borra aquello que no quiere recordar ni creer.

Primero al centro de salud. No se cuantas se ha tomado, tú seguías manteniendo que solo una. Ya con tu pediatra confesaste primero que dos y luego que seis. Y a partir de ahí el camino frenético en el que cada estación era un infierno peor e inesperado. Otra vez.

Llamada de la doctora entre cuchicheos, y del centro de salud al hospital. Allí nos estaban esperando para atenderte de inmediato, con cara de preocupación. Otra vez.

Cada vez te sentías peor, y ya no eran seis, ya fueron diecisiete. Diecisiete aspirinas. 
La espera en un box. El mundo que se me caía. Tu cara de niño en mi cabeza mientras el tiempo pasaba tan despacio y yo no tenía noticias. Mi soledad en un box era tu soledad acompañada de médicos mientras te ibas.

Tiene una intoxicación muy severa, no vomita, y su cuerpo lo ha absorbido todo, ha pasado mucho tiempo. Se ha envenenado. Está muy mal. Estabas muy mal.
Lavados de estómago, que ya habían avisado que no servirían, porque el tiempo había jugado en tu contra, demasiadas horas que habías aguantado tu mentira, no se si consciente o inconscientemente.

Pero ahora estaba contigo. Tu cara de dolor, de sufrimiento, rodeados de más camas con más dolor y más sufrimiento en ellas. Ver sufrir a un niño es horroroso, pero además eras tú. La noche sería el juez y solo había dos sentencias posibles, inocente o culpable. Y en ese mundo si había pena de muerte.

Llegó la mañana, y habías salido inocente. Otra vez.

Pero había más estaciones en ese viaje al infierno. 

Psiquiatras que querían hablar conmigo. Y no venían solos, había alguien de la comunidad, y policía esperando fuera del despacho donde hablamos.
No fue una consulta. Fue un interrogatorio en los que me sentía como un delincuente. Yo solo preguntaba que es lo que estaba pasando, pero como en las pelis, las preguntas las hacían ellos. Limítese a responder.

El resultado fue un cambio de hospital. Alivio, tu seguías encontrándote mal, pero ya no había tanto peligro. 

En el nuevo hospital también nos estaban esperando. Nos encaminaron al ala donde te volverían a ingresar. Otra estación en el viaje al abismo.

Puertas cerradas a cal y canto. Cámaras. Tu habitación con solo una cama y nada más. Paredes blandas. Y más puertas cerradas, y más cámaras. Un cuaderno y un bolígrafo (de los que no se pueden desmontar), ese era todo el equipaje que podías tener. Me dejaron una silla y una manta para pasar la noche contigo. Y nadie me decía nada.

Por la mañana me dijeron que estarías allí un tiempo, que diez minutos por la tarde sería nuestro único momento. Si te lo ganabas.

Dos semanas estuviste en esa cárcel, aislado, con visitas que se nos iban en dos abrazos, el de llegada y el de despedida. Tu cara de desesperación, tus ojos diluidos en agua que gritaban la palabra abandono en mis oídos.

Por fin el alta, pero el viaje no había terminado. O aceptaba que entraras en un centro de día, o la comunidad se haría cargo de la tutela y ya no sería solo de día.

Y así hasta hoy. Nuestra vida desmontada por completo. Tu sin colegio y sin amigos, yo sin trabajo y sin tiempo. Dedicados a que tú saques fuera esos demonios que te empujan a comerte cosas, a clavarte bolis cerca de las venas, a un puente o a la vía del tren. 

Quiero creer que tu sonrisa de todos los días significa que estás en ello. Que dentro de un año podré escribir que la pesadilla pasó y que eres todo lo feliz que corresponde a los pocos años que tienes. Que sabrás manejar los contratiempos que la vida te pondrá en tu camino, y que sabrás disfrutar de todos los momentos que te esperan.

Futuro es tu palabra.

jueves, 27 de octubre de 2011

Que te den

Esta entrada de hoy es un desahogo. No hay ni una buena palabra. Ni melancolía, ni sensibilidad. Solo hay un montón de reproches y de insultos. Podría haberlo escrito con otra forma, podría haber enredado con las palabras y que hubiera salido más desgarrador y menos atropellado y soez. Pero no me da la gana, quería escribirlo así. Hoy no es un buen día para leerme, más bien solo me sirve a mí.



Te has olvidado. Te has olvidado de cómo pasaron las cosas. Entraste en mi vida de puntillas, en un momento en el que todas las puertas estaban abiertas y yo tenía anuncios de hora feliz y de segunda copa gratis. Y sin darme cuenta pasaron cosas, primero yo viajaba los fines de semana, luego viniste tú y te trajiste un cepillo de dientes. Y cuando quise mirar estabas en mi casa y ya no te ibas.

Miré alrededor y vi gatos y perros, y todas tus cosas. Pero no era suficiente. La casa tenía que ser más grande. Vendí parte de mi herencia y tiramos la casa abajo, y nos fuimos a vivir de alquiler mientras levantaban los dos pisos que habías diseñado. El constructor nos engañó, eso no fue culpa tuya, y tuve que venderlo ya todo. Por fin teníamos la casa que querías. Pero los animales habían destrozado los muebles, así que había que comprar más. Empeñamos lo poco que ya tenía. 
Ahora si. 

Falló el anticonceptivo y apareció un niño. Ni siquiera se si era mío. Cuando nació lo fue, por supuesto. Pero resultó que el peque venía defectuoso, no tenía interruptor de apagado, ni pilas que quitarle. No pasó nada, ya me hacía cargo yo de sus llantos, de sus paseos, de sus baños.
Todo iba bien.

Pero no estabas agusto con los vecinos, conseguiste enemistarme con todos, ¿cómo no iba a ponerme yo de tu lado? Te llegaste a inventar un intento de violación...Vendimos y nos fuimos a vivir a mitad del campo, solos.

Pero todo lo anterior no es lo malo. Lo peor es que no te conformaste. Seguiste haciéndome la vida imposible por cualquier cosa. Todo era poco para tí. El niño te volvía loco, pues ya lo llevaba yo a la guardería antes de irme a trabajar y luego lo recogía. Y me recibías con una bronca por cualquier cosa, con discusiones constantes en las que yo no entraba y que me comía. 

Enfermé. Y lo pasé yo solo. Todo era una molestia para tí. Un año de médicos, de pruebas, de desmayos sin saber por qué, de la sospecha de lo grave que podía ser. Yo solo. Tu no querías saber nada de eso. 
Y seguía trabajando, pero con eso tampoco estabas agusto. Querías ese sueldo, pero con un trabajo de 9 a 5. Y sin viajes. La vida no es así, te repetía y te daba igual. Tú también trabajabas de vez en cuando, pero todo era una mierda, todos los jefes eran unos cabrones. Nunca durabas más de dos semanas.

Y seguiste con las movidas, con los gritos, con las malas caras con las amenazas del fin. Y lo querías compensar con sexo, pero ¿sabes? tu coño no vale tanto. Ninguno lo vale, pero el tuyo menos.

Un día te di la razón en medio de una de tus broncas, y que sí, que se había acabado. Llegaron los llantos primero y los insultos después. Pero yo ya no quería vivir así.

Me arrancaste lo único que yo quería, pero no te duró mucho. Te inventaste un trabajo no se donde y me diste al niño. No podías soportar no poder hacer tu vida. Yo encantado.

Cuando el niño ha pasado por todo lo que ha tenido que pasar, tu ya sabes en lo que has estado.

Pero llevas desde entonces echándome mierda encima, contando no se que batallitas que salen de tu imaginación, porque si de verdad pensaras lo que has hecho supongo que no podrías vivir con ello.

Sabes que todo esto es un resumen, que podría decir millones de cosas más.

Aun así solo una cosa no te perdonaré, lo que le has hecho al niño. El abandono que le has creado. El poco caso que le has hecho porque lo más importante eras tú y solo tú. Cómo le has utilizado para aplacar tu conciencia cuatro días al mes. Todo lo que le has contado, las mentiras que le has dicho para sentirte tú bien, importándote una mierda como se sintiera él.

Y tienes el valor de decirme que tenemos que hablar más porque no sabes cómo le va al niño.
Y ahora sigues contando por ahí tu mentira a quien te quiera escuchar. 

Tu no eres una madre. No eres persona. Eres una hija de puta.

martes, 25 de octubre de 2011

Nadar

Empieza a amanecer. El sol dibuja colores con las nubes y la terraza empieza a llenarse de luz. Café caliente, humo en mis pulmones y el ipod por una vez ha elegido bien y la música que proyecta hace juego con el momento. Los árboles delante dejan caer ya las hojas, como si no les importara, y los pájaros dudan si quedarse un poco más. Al fondo la montaña, acosada por nubarrones pero sin dejarlos pasar, manteniendo a raya cualquier intento de estropear el dia.

Detrás de mí espera mi casa, caliente de la leña que acabo de echar en la chimenea. Y más música, Y la habitación desordenada de un niño que siempre me hace sonreír. 

Recibo un mail con palabras bonitas, mensajes en el ordenador que me recuerdan que tengo amigos. Y lo importantes que son para mi. Fotos en las que recrearme, para saber que la vida es bonita, que vivir tiene que ser reír aunque no haya una cámara delante. Y mares que cruzar...

Pero es mentira. No se nadar, no se cuándo pero lo olvidé. Y me ahogo en este mar. Ayer el remolino tiraba de mí hacia abajo y yo nadaba contracorriente aun sin fuerzas. Pero hoy ya no hay remolino, hoy ya no te pienso, no hay sueños. El mar está en calma y aun me ahogo. Y pienso que aunque volviera a acordarme de como hacerlo, aunque el recuerdo de cómo dar brazadas volviera a mí, no sabría donde ir, y lo que es peor, tampoco quiero buscarlo.

No hay tierra a la vista, no hay faro, no hay playa, ni siquiera isla desierta, ni un mensaje en una botella.

No es que los días sean malos, es solo que no van a ser mejores.

lunes, 24 de octubre de 2011

Mi tierra

Es parte de mi vida. Supongo que el recuerdo de cuando era pequeño influye en ello. Cuando iba en el asiento de atrás del coche con mis padres, en el centro, apoyado en los asientos delanteros. Llegábamos arriba de Pajares y mi padre ponía una cinta de asturianadas de Víctor Manuel. Y yo me empapaba de todo eso. 

Siempre el mismo recorrido, primero la montaña, verde y salvaje, con las vacas pastando y los asturcones al borde de la carretera. Casas perdidas, algunas ya con sus hórreos, con sus pajares y los zuecos por allí tirados o en los pies de algún paisano que estaba trabajando.

Terminábamos de bajar Pajares y llegábamos a Pola, triste, pobre pero yo tenía la sensación de a pesar de su humildad, orgullosa. En ese momento, en el que el coche iba atravesando túneles en la montaña y nos acercábamos a Mieres, sucia, negra en mitad del verde, no se por qué, la cinta se empeñaba en ponerle banda sonora y sonaba "el abuelo fue picador...". Imaginaba yo ingenuamente y sin ningún conocimiento la vida del minero, allí encerrado, jugándose la vida a diario, en una apuesta perdedora, porque tarde o temprano el cuerpo pasaría factura en forma de cáncer de pulmón o silicosis.

Por fin llegábamos a Oviedo, mi abuela tenía la casa enfrente del parque San Francisco (el de la osa Petra) y junto al teatro Campoamor. Mi padre metía el coche en aquel portal/cochera que me parecía enorme. Yo, libre de responsabilidad de maletas, subía corriendo las escaleras para llamar a la puerta de mi abuela. Después del abrazo y el beso, iba impaciente a la cocina, centro de aquella casa, con su cocina de leña en el medio. Y los chipirones en su tinta con los que mi lela me recibía siempre para comer.

Paseo por la tarde por aquel Oviedo fascinante, un rato en el parque, un recorrido por las pastelerías que eran al tiempo cafeterías. Y cajita de bombones de Peñalba.

Al día siguiente tocaba Gijón. La Playa de San Lorenzo, a la altura de la escalera 13. Jugar con las olas, pasear por el muro, aperitivo en Bellavista, y más playa. La tarde en el parque de Begoña. Cenábamos en el puerto, en Las Ballenas, cecina y sardinas. Y sidra, que el pediatra, asturiano también, me dejaba tomar.

Y las visitas al chigre en el Infanzón, a Tazones, Ribadesella, Luarca, Cudillero. El mar, mi mar.

Ni mis padres ni mi abuela están ya, se fueron hace mucho a un lugar mejor. Tuve que arrojar las cenizas de los tres a su mar, por eso cada vez que cruzo el Negrón los siento conmigo, más cerca que nunca.

Nací allí, no llegué a vivir nunca en Asturias, pero se que más pronto que tarde será mi hogar. Y ojalá pueda morir allí, y mis cenizas se junten con las de mi familia. 
En nuestro mar.

domingo, 23 de octubre de 2011

Memoria

El otro día me abordó una mujer mientras estaba en un parque, cerca de mi casa. Me llamó por mi nombre y me preguntó qué tal estaba. 
A estas alturas de mi vida, yo ya no disimulo y le dije abiertamente que no la recordaba, que no sabía quien era. 

Me dijo su nombre, y nada.

Me contó cosas de mi vida, de donde trabajamos juntos, que eramos amigos, que tomábamos algo por ahí de vez en cuando. Y nada.
Me dijo que había dormido en mi casa varias veces, cuando su novio la pegaba, que la había acompañado un par de veces a comisaría a denunciarle, que incluso fui una vez a un poblado a sacarla de allí. Y nada.

Estoy seguro que la conocí, que todo eso ocurrió, ¿cómo es posible que no recuerde nada?

Se despidió de mi con una sonrisa. "Siempre fui transparente para ti, pero no sabía que tanto".

Tengo cartas de gente que no se quien es, que pasaron en algún momento por mi vida y para los que fui suficientemente importante como para escribirme contando cosas personales. De vez en cuando hago el ejercicio de leerlas. Pero nunca les recuerdo. Ni recuerdo en que situación les conocí. 

Tengo muchísimas lagunas de ese tipo. No se si me da mas miedo que sea un problema físico (el desorden celular ese de las narices), psicológico y que ponga alguna barrera a mis relaciones con los demás, o que realmente pase de todo el mundo como siempre me han dicho.  

El caso es que hay cosas que recuerdo, y cosas que no. De mi infancia, de mi juventud y recientes. Una especie de memoria selectiva pero sin ningún criterio. Pero sobre todo me ocurre con la gente. Les olvido con demasiada facilidad. Personas que estoy seguro que en el momento me importaban y que luego borro, como si necesitara dejar espacio para más.

 No creo que sea bueno pasar por la vida así.




P.D. 23 de Octubre. Tu número favorito era el 7. Y hoy serían 77. De eso si me acuerdo.

sábado, 22 de octubre de 2011

Me quedé en la puerta

Sigo recordando. Sigo lamentando haberte perdido. Sigo sintiendo a veces los momentos mágicos en los que estabamos muy cerca, en los que me abrazabas y era primavera, en los que me perdía en tus ojos un segundo que me parecía un año, cuando finalmente tus labios venían a los mios y parabas mi mundo por completo. Y ahí creía estar yo en el paraiso.

Pero no era así, en realidad el paraiso estaba en la promesa de lo que vendría después, en que todo eso no acabara. Me quiero convencer que no he perdido el paraiso porque nunca lo he tenido. Lo he visto, lo he tenido muy cerca, al alcance de mi mano, mejor dicho al alcance de mis palabras, de mis actos. Pero no he llegado a estar en él.

Me mostraste donde estaba el cielo, y me hiciste una visita guiada. Y creí que ya había llegado, que ya lo tenía, era mio. Pero solo tenía un pase de visita, no una tarjeta permanente. Asistí a la mejor demostración posible de lo que podría ser un edén a medida, deambulé por la entrada y casí lo toqué. La puerta era enorme,la entrada acogedora. Pero no entré. No lo tuve, no lo perdí.

Me digo a mi mismo que debería haberme conformado con el infierno contigo, ese infierno calentito y atrevido del que nos hablan. Pero es mentira, donde tu estás no hay abismo, solo risas, solo flores, y ahí es donde querías llevarme y no me dejé.

Dicen que no se puede perder lo que nunca ha sido tuyo. Ni tú ni el paraíso fuisteis mios. Triste consuelo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Solo

Ha muerto. Y yo no puedo ser más infeliz. Aun no lo he asimilado.

Murió de viejo, extraña paradoja en él. A veces me pregunto si de alguna manera fui yo el que lo mató. 
El caso es que ya no está, ya no puedo contarle mis sueños y que todo le parezca bien. Ya no puedo consultarle sobre el amor y que me asegure que llegará y será perfecto, ni puedo llevarle conmigo a que me vea jugar al fútbol o al padel.

Me equilibraba, siempre estaba ahí para compensar mi parte más analítica, más racional. Era el que cuando lloraba me hacía llorar de verdad, y cuando reía...también. El que me llevaba a conciertos, el que me daba la idea de comprarme la moto, el que me animaba a llamar a mis amigos.
Conseguía que cogiera el teléfono y llamara a quien no se lo esperaba, o que me pasara horas buscando el regalo perfecto.
Me hacía ir a la bolera o al parque de atracciones, me convencía del curso de surf y a veces incluso me retaba a tirarme por el tobogán del parque.

Los viajes con él eran geniales. En realidad no solo era el viaje, era la idea de viajar, esa sensación de libertad, coger el primer tren que saliera o abrir al azar una página del mapa para ir allí. Cualquier sitio era el mejor del mundo cuando iba con él.

Era el que me hacía creer en lo bueno. En que cada momento puede ser el mejor, y que la felicidad solo es eso: Muchos momentos buenos uno detrás de otro. O quizá la felicidad solo es creer en que esos momentos van a llegar.




Ha muerto el niño que había en mi y yo ya no creo en nada.
Ahora solo soy yo y eso es muy poco.

jueves, 20 de octubre de 2011

Culpa

Estaba yo ayer echando la bronca a mi hijo por una nimiedad cuando me contestó: "No ha sido mi culpa".
Le expliqué entonces como, aunque el hecho último no había sido en realidad culpa suya, todo lo que anteriormente él había hecho, había provocado lo que ocurrió.

Joder (perdón), si aplicara esta explicación a mi propia vida, cuanto de responsabilidad tendrían los demás de mis males y cuanta tendría yo. Tiendo a echar las culpas a los demás de muchas cosas, pero la realidad es que la mayoría de las veces ha sido mi comportamiento el que ha provocado los sucesos.

En el timo de la estampita tanta culpa tiene el estafador como la ambiciosa víctima. 

Claro que hay "gente mala", claro que el azar también juega, pero seguro que yo he dejado una puerta abierta para que entren.
No digo que el entorno, el resto de personas no influyan en los resultados, pero en todas y cada una de las situaciones yo tengo mi culpa. Y de ahí debo partir. 

Precisamente los sucesos en los que tengo culpa y la vuelco falsamente convencido en los demás, son los que no se olvidan, de los que no pasé página. Como si mi conciencia no dejara que se fueran hasta que no lo resolviera de la manera adecuada. Y hasta hoy quería creer que los malos son los demás y que yo tenía muy mala suerte.

Aquellos en los que reconocí mis fallos, esos se fueron de mi memoria y los llamé experiencia.

Dejadez, ignorancia, ingenuidad, egoísmo...errores que cometí en su nombre y que provocaron situaciones de las que culpé a otro. 

Tengo una lista enorme de ellos.

Y muchas disculpas que pedir.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Palabras

Las palabras que me dicen me afectan y se me quedan. No soy rencoroso, no me duran los enfados, no entro en discusión nunca. Pero los sentimientos que en un determinado momento han provocado algunas palabras no se me olvidan.

Hay muchas expresiones que no me gustan, que revuelven en mi interior, una de ellas es "no sentía lo que dije". El problema es que yo si me creo que sientes lo que dices cuando lo dices. Y el momento que has creado, el sentimiento que has provocado en mi si es real. Y es un sentimiento y un momento perdido, no volverá. 

Será porque yo no discuto nunca, pero no entiendo que justifiques lo dicho porque estabas en "el fragor de una discusión". No me vale. No hay motivo para herir porque se esté discutiendo. No hay motivo para halagar porque el entorno sea idílico. En lo que a mi respecta eres esclavo(a) de tus palabras y dueño(a) de tus silencios. No por rencor, sino porque creeré siempre que en aquel momento sentías lo que me decías. Y eso provocó una reacción en mi.

Yo he dicho muchos te quieros piadosos sin sentirlo, y me arrepiento por ello. Y he dicho un te quiero sintiéndolo y no he sido capaz de llevarlo hasta el final. Y de esto último me arrepiento más. Así que no siempre hago lo que predico, pero juro que lo intento. Intento pensarme cien veces las cosas antes de decirlas, y por eso muchas veces me acusas de no decir.

Hoy es uno de esos días en los que estoy dolido por lo que me has dicho, y mira que me has dicho cosas. Y estoy dolido porque creo saber que realmente piensas lo que me has dicho, que has puesto tus sentimientos en tus palabras y que he perdido lo poco que me quedaba de ti.

Hoy odio las palabras. Hoy las palabras han hecho que me odie a mi mismo. Otra vez.

martes, 18 de octubre de 2011

Bloqueo

No recuerdo el año. No recuerdo si hacía frio o calor, por tanto tampoco se en que estación estaba. Era por la mañana, pronto. Iba al colegio subido en el M-3.

Mi cabeza nunca ha estado muy en su sitio, y una de mis fobias era la gente, la vida social. Me bajaba del autobús una parada después de la que estaba más cerca del colegio y callejeaba para llegar y no encontrarme con nadie, no tener que entablar una conversación que no sabía ni como empezar y que me incomodaba hasta límites extremos.

Por eso lo vi. 

Cuando atravesaba la plaza de Chamberí en el autobús siempre me quedaba mirando la comisaría que estaba al otro lado del parque. No se la razón, pero la vista de la comisaría me atraía y se convirtió en ritual, ver la comisaría y los policías en su puerta.

Por eso lo vi.

Estaba de pie, en la puerta de atrás, preparado para salir y ya había pulsado el botón que avisaba al conductor de que me iba a bajar en la siguiente parada.

De repente vi a alguien que andaba hacia la puerta de la comisaría, donde yo tenía puesta la mirada. Un ruido. Un lío. No vi nada más. No podría reconocer ni al policía ni al hombre que se acercó. 

No vi nada más significa que mi cabeza desconectó. No me bajé cuando el autobús paró. Me bajé en la siguiente parada, eso lo se. Supongo que nadie en el autobús se dió cuenta de lo que había ocurrido, debió ser todo demasiado rápido. Si se, porque me lo contaron, que un asesino de ETA le había volado la cabeza a un policía de un disparo.

Tampoco recuerdo como llegué al colegio, un interruptor de mi cerebro debió instalar el piloto automático, lo suficiente para respirar, para caminar, para saber donde dirigirme, pero sin pensar en lo que acababa de ver.

El recuerdo sigue bloqueado, no siento cuando pienso en ello. Todo es oscuro, no hay nada.

Ayer se celebró una "conferencia de paz" para encontrar una solución política para un problema que es ético. Supongo que los que tan alegremente hablaban ayer tienen un cerebro mejor que el mío. Ellos sí son capaces de procesar el asesinato como un medio. La muerte, lo inmoral como una circunstancia. Y negociar con ello.

Renunciar a la justicia para conseguir fines políticos. Hay cosas que no merecen la pena. Hay cosas que no se pueden medir con la escala pervertida de los resultados como objetivo único.

Yo si quiero justicia. Pero es que mi cerebro es de los que se bloquean.

domingo, 16 de octubre de 2011

Milagros

Horchata, playa, mar, luna llena. Estaba yo sentado recreándome en lo romántico y en el desamor como acostumbro últimamente y como el entorno y las circunstancias sugerían.

Algo me hizo fijarme en la pareja que estaba sentada en la mesa de al lado. Habían terminado sus consumiciones y se levantaban despacio de la mesa. Avanzaron lentamente, cogidos de la mano dirigiéndose a la playa. Si había algún ejemplo perfecto de lo que era amor, era esa pareja. Se les salía en cada gesto, en cada mirada, en cada paso. Hablaban animádamente, se contaban sus cosas o quizá solo de lo que habían visto en la tele ese dia, pero atendían al otro como si lo que estuviese contando fuera lo mas importante del mundo.

Se apoyaron en la valla que les separaba de la playa y se pusieron a ver la luna. El la soltó la mano y la paso la mano por el hombro como acercándola muy suavemente hacia él. Ella se dejo llevar y pasó la mano por su cintura.

Y así se quedaron, viendo como el mar reflejaba desde la orilla hasta el horizonte la luz medio naranja de la luna, que se levantaba ligeramente de la línea que separa el agua del cielo.

Lo mas tierno de la escena es que la pareja debía sumar entre los dos unos 170 años. Y no tengo ni idea cuanto llevaban queriendose, pero de no ser por sus andares, y por sus pieles ya gastadas por el tiempo, habría jurado que eran dos adolescentes disfrutando de su primer amor.

Ellos creían que habían ido a ver la luna, pero yo creo que fue la luna la que salió a verles a ellos.

sábado, 15 de octubre de 2011

Mentiras

Ya se que la primera mentira es estar contigo. Pero no soy capaz de mentirte con besos, no puedo abrazarte como si no hubiera nadie más en el mundo, no hay deseo si pegas tu piel a la mía, no me sale un te quiero.

Los besos, los abrazos, el deseo y los te quiero se los llevó quien ahora me los prohibió y dejé ir. Y puedo intentar olvidar, volver a unir los mil cristales hasta que las ventanas dejen pasar la luz. Pero siempre serán suyos. Y ya nunca serán tuyos.

Te has tenido que dar cuenta que ya no hay amor (si es que alguna vez lo hubo), puedes engañarte pensando que siempre pasa. Ya no soy capaz de hablar contigo, escapo de tus miradas, de tu conversación, huyo de una vida juntos, solo dejo junto a ti restos. Una falsa compañía, sonrisas de compromiso, conversaciones sin trascendencia.

Mi corazón se quedó lejos, mi amor con mis pensamientos le pertenece a la única persona que me ha hecho sentir lo que no creí que existía. Y no eres tú. Aunque ella ya no esté y no vaya a estar.

No soy capaz de, sonriendo, jurar un amor de mentira. Porque hay un amor de verdad. Y no eres tú.

Porque he sentido amor con mayúsculas, del que no se olvida. Del que No soportará comparación nunca más. Del que me dejará la amargura de no volverlo a encontrar, No volver a sentir los besos como aquellos, no volver a perderme en los brazos de nadie...

Y no eres tú. Lo siento.

Y no eres tú.

jueves, 13 de octubre de 2011

Gaviotas, peces, amor...

Hacía sol. Y calor. No es el recuerdo más fuerte que tengo de ese día, pero si quizá el primero que me viene a la cabeza.

Había subido porque tenía una entrevista de trabajo. Luego, pensándolo bien, no sabía para que fui, mi vida no me lo permitía en ese momento. En el colmo de la incoherencia, incluso llegué a buscar casa, seguro de que obtendría el trabajo. Una buena oportunidad laboral, una casa en venta a un precio razonable, de esas que nunca se venden, un dúplex con vistas al puerto por un lado y a una pequeña plaza con una iglesia preciosa por otro. Una casa en el mejor sitio y perfectamente distribuida en el interior.

Y encima en mi tierra, donde nunca viví pero donde quiero acabar y morir.

Lo malo era el momento. Las cosas buenas, las oportunidades llegan siempre en el momento más inoportuno. Los valientes, los triunfadores aprovechan esas oportunidades, y hacen frente a la dificultad del momento. Pero yo no. Yo utilizo esa inoportunidad como excusa, como asa a la que agarrarme para quedarme en lo cómodo y no ser feliz.
Y para lamentar mis decisiones el resto de mi vida.

Me senté aquella mañana en un bar del puerto. Pedí una botella de sidra y unas navajas, y me puse a observar como pasaba la vida por allí.
Como podría ser mi vida.

El tiempo parecía más largo, la gente más cordial, el día acompañaba (cosa rara) y también se sumaban a la fiesta las gaviotas, como bailando sobre el mar para completar la escenografía, para diseñar una coreografía que aun le diese más sentido a todo. El lugar, el trabajo, la casa, la gente, yo sería feliz allí.

Llegó un hombre con una caña y un cubo. Debía haberlo preparado el destino para dar el contrapunto, para hacerme reflexionar sobre eso que nos contaban de pequeños que Jesús había dicho sobre los pájaros, y cómo siempre encontraban como alimentarse. 

El hombre empezó a pescar con una facilidad sorprendente. En un par de horas allí, echó no menos de 30 peces al cubo. Los pocos niños que había se acercaban, fascinados por la pesca, por esa mezcla de admiración y pena por el animal agonizando fuera de su medio. Los adultos miraban con simpatía la maña que el pescador se daba para sacar los peces.

Dios proveerá, pensé.

Tres gaviotas se posaron sobre la valla que separaba el cemento del agua del puerto. Como posando. Una señal, pensé. 

Supe entonces que no me atrevería.

Y lo fotografié para recordarlo siempre.


Hay quien vive la vida y hay quien solo hace planes y vive lamentándose. Yo soy de los segundos.

sábado, 8 de octubre de 2011

Demonios

Esta entrada es absolutamente personal. Brutalmente personal.
Hoy un amigo, de los que no he visto nunca, pero que siento muy cerca ha removido demonios en mi interior. Y me ha recordado la historia de una mujer a la que conocí.

Tenía casi cincuenta años. Su marido había muerto tras pelearse con un cáncer y perder, como casi siempre. Su hijo de dieciocho se había ido a vivir su propia vida, como debe ser, pensó ella.
Pero se había quedado sola. La casa se le hacía enorme y los días larguísimos. Esperaba con anhelo que llegaran los domingos, día en que su hijo y sus amigos iban a su casa a comer tras haber jugado al fútbol. El domingo era su tabla de salvación, su único contacto con la vida. Cocinaba desde primera hora, comía con ellos, compartía sobremesa...pero a media tarde la casa (y su vida) volvía a estar vacía.

Llegaron las adicciones, claro. Llenar tanto tiempo no es fácil. Y es humano intentar pasar el tiempo de soledad con una felicidad artificial, que no es felicidad sino negación. Completó su vida con compras desmesuradas, con llamadas de teléfono interminables, empezó a fumar...y a beber. Y todo esto sola. Sola. Sola. Así durante años.

Un día su hijo recibió una llamada telefónica de un amigo médico que trabajaba en el hospital de la princesa. Le dijo que su madre estaba allí en el hospital y que fuera inmediatamente.

La mujer había empezado a escupir sangre. 
Cuando el hijo llegó vio a su madre, se encontraba bien. Cuando se quedó a solas con el médico, amigo suyo desde niños...

Shock.

No se como decirte esto. Avisa a la familia y amigos que tengáis, no se si tu madre va a salir de esto.

Shock.

Pero ¿que es lo que pasa? ¿Qué tiene?

Tu madre bebe. Mucho. Es alcohólica.

Shock.

¿Qué dices? Yo nunca...

Suele ser así, los hombres beben en los bares, las mujeres solas en casa. Y tiene el hígado irrecuperable, sangra y por eso escupe y vomita sangre.

Nunca imaginará lo difícil que fue para su amigo decirle esto. Pero en ese momento no podía pensar en nada, se había bloqueado. ¿Su madre? Pero si nunca...¡Y ahora se moría!

No murió esa noche, se recuperó tras un mes en el hospital y volvió a su casa, sola. Pero ya había decidido que quería morir y como quería hacerlo. No tenía sentido seguir viviendo, ¿para qué?.

Su hijo iba mucho más a menudo (nunca se perdonará no haber estado allí permanentemente), registraba la casa cuando ella no estaba buscando alcohol, y no encontraba nada. Pero si había.

Uno de esos domingos madre e hijo discutieron. Por una cerveza. La mujer echó de casa al hijo y pasaron unos días sin hablar. Decidió terminar con todo.

Una mañana sonó el teléfono en casa del hijo, cuando lo cogió no se oía nada. Silencio. Sin saber por qué salió corriendo a casa de su madre. Llamó al timbre y nada. Abrió la puerta, la llamó, fue a su habitación...

Un charco enorme de sangre empapaba la moqueta y su madre encima. Estaba caliente aun, pero no respiraba, no tenía pulso...Se desangró por dentro. El hígado y el alma.

El teléfono estaba descolgado.

Nunca olvidaré el silencio del teléfono, lo recuerdo como una despedida. Lo último que hice con mi madre fue...    Nunca más fui capaz de volver a discutir. Con nadie.

Ahora mi personita de once años lleva ya ocho intentos de suicidio. ¿Qué estoy haciendo mal?

jueves, 6 de octubre de 2011

Heroína

Lo intento, y lo intento y lo sigo intentando, pero no puedo evitarlo, siempre vuelvo a caer. Me alejo y hago el esfuerzo de no pensar, pero no engaño a nadie. Mi pensamiento está ahí, donde no debería estar. Me llevará a destrozar mi vida y quizá la de otros. 

Ya se que en el bajón y con el mono lo paso muy mal. Se todo lo malo que tengo que hacer para conseguirlo. Que es una montaña rusa, que la caída es muy mala, y que no debería comprar más billetes.

Y cuando lo tengo delante quiero volver a sentirlo. Me juro y te juro que no será así, que me mantendré a distancia...a quien quiero engañar. Probé a desintoxicarme, pero no. El ambiente, el entorno, cuando vuelvo a mi vida ya se que no resistiré mucho. 

No es fácil de entender si no se conoce la sensación. Nervios desatados cuando se que voy a probarlo, tensión cuando me preparo, y el momento...

El primer momento es de euforia, casi desmedida. Puedo sentir mi cabeza estallar. Cada milímetro de mi piel se hace más sensible y se estremece. Todos los sentidos se agudizan, los ojos se me cierran pero lo veo todo. Escucho cada sonido y se transforma en música como si el universo en ese momento tuviera ritmo. Puedo sentir un corazón latiendo y no se si es el mio.

Y luego la paz, el mundo se para, ya nada importa. O si. Ya no veo nada, ya no oigo nada, todo es quietud, calidez. Y sin embargo lo siento todo, estoy en un lugar mejor. Ahí si, la vida es maravillosa, no existe nada más. Mi piel se relaja y sin embargo siente. Una mezcla de placer, de sensaciones indefinidas, pero maravillosas. No se si hay un suelo debajo mio, seguramente no y en ese momento pueda volar. 
No se si hay algo a mi alrededor, y si lo hay, ¿que más da? Siento que respiro (una vez más no se si soy yo), me siento vivo y a la vez se que el cielo debe ser así. 

Mataría por esos momentos, si mi vida es un asco, ¿cómo no voy a estar enganchado? Necesito aferrarme a ese instante en que mi vida es como quisiera que fuera siempre.



Estoy enganchado a tus abrazos.



miércoles, 5 de octubre de 2011

Dominio

"¿Y qué es lo que quieres?"

Era la respuesta-pregunta a mi afirmación de que no me gusta mi vida.
Y que difícil responder a eso cuando la conciencia no me deja ni siquiera pensar lo que quiero de verdad. 

"Querrás decir qué es lo que puedo tener".

Pues no, quería decir lo que dijo, me obliga a remover mis pensamientos, a soportar que se me encoja el alma, a agitar mis sentimientos y a que discuta en mi interior. Yo, que no soy capaz de discutir con nadie, lo voy a hacer conmigo mismo.

"Quiero ser otro, quiero haber sido otro desde el principio".

Al fin y al cabo mi forma de ser, mis errores han hipotecado mi vida actual. A 40 años y con el euribor subiendo. Una hipoteca sin techo, pero con suelo. 

Los errores están ahí, siempre lo estarán, ninguno se puede arreglar, la diferencia es que algunos no tienen una trascendencia futura tan grande. Lo que se puede intentar es que dentro de diez años no te arrepientas de los errores actuales.

Pero me sigo equivocando, como no me gusta mi vida he decidido vivir la de otro. Y echarle la culpa de mi falta de coraje, de mi forma de ser, disfrazado todo de responsabilidad, de buenismo. 

Confundo los términos, no es que no me guste mi vida, es que no me gusto yo, ni en el pasado ni ahora, y encima no estoy dispuesto a cambiarlo.

"Ya se lo que quiero". 

Un rayo de luz que ilumine mi oscuridad para siempre, una bocanada de aire que me sirva para respirar el resto de mi vida, el roce de su piel que lo sienta eternamente. Lo que pude tener y dejé ir. Eso es lo que quiero.

Pero no fue eso lo que dije. Yo sigo siendo yo.

lunes, 3 de octubre de 2011

Amor

El otro día encontré una foto que no recordaba que tenía. Se veía en ella a un chaval de 15 años que abrazaba a una mujer que aparentaba unos 40. El fondo era una playa vacía con su mar anexo y todo. El vestuario era el propio del entorno, él en bañador, turbo que hace pensar en el tiempo que pasó desde que se sacó la foto, y bikini ella.

Una gaviota rompe el equilibrio a la derecha del todo de la foto, por lo demás ellos son los protagonistas absolutos. Podía ser una foto más, dos personas en la arena, en plenas vacaciones retratadas para poder verse pasados los años. Pero había algo que rompía esa cotidianidad: No posaban. Bueno, ella si miraba a la cámara y sonreía, pero lo realmente llamativo de la fotografía era la mirada del chaval. Colgando del cuello de esa mujer su mirada era la verdadera protagonista.

Para el chico no existía la foto, solo existía esa señora, en su mirada se podía ver ese amor incondicional que uno no espera encontrar en un adolescente. Los ojos clavados en ella, en ese momento no existía nada más. En la sonrisa de ella tampoco había pose, quizá orgullo, quizá amor sin mirada, sintiendo el abrazo.

No me reconozco en las fotos de cuando era adolescente, recuerdo mal la cara de mi madre. Pero esa foto, esa mirada...Te quería y te quiero mamá.

Control




Arena. Sentado, mirando a la nada. El puñado en mis manos escapándose, huyendo entre los dedos, resbalando por los huecos. Aprieto la mano instintivamente y se sale más deprisa. Blanda, acomodada a las partes de mi cuerpo apoyadas en ella, rodeándolo, envolviéndolo mínimamente, pegándose apenas. Se levanta aire y te da en la cara, violenta, molesta. Y cuanta queda fuera, parte cerca, parte inalcanzable.
Algún día me cubrirá y ya no la notaré.

Agua. Me rodea, me roza, me empapa, pero no entra en mi. Me golpea, me arrastra, me lleva, lucho en dirección contraria a ella. Me seco, me la quito y me vuelve a mojar. Y me vuelvo a secar. Me deja flotar encima y me siento mejor, pero no se cuanto duraré así. Vuelve el revolcón. Se pierde en el horizonte y no la veo toda, parece cerca el final, pero se que no llegaré nunca. Parte cerca, parte inalcanzable.
Algún día estaré hundido en ella y ya no la notaré.

Arena. Agua. La vida.

domingo, 2 de octubre de 2011

Corazón roto



A estas alturas he conocido y desconocido lo que es el amor y conocido lo que es el desamor. Creía que ya lo conocía, pensaba que lo sabía todo, y quizá en el momento menos oportuno apareció.
Y lo dejé entrar en casa, olvidando que todas las sillas estaban ocupadas. Y lo tuve ahí esperando de pie, sin dejarle entrar del todo y sin dejar que se sentara.

Sabía que tenía que hacerle sitio, que tenía que desocupar las sillas, que tenía que echar de mi casa a quien ocupaba asiento y que sin embargo era transparente para mi. Pero no sabía como hacerlo, dejar libres las sillas significaba también desubicar a quien no se lo merece. Descontrolar la vida de quien no tiene control sobre nada.

Nunca el corazón se ha enfrentado tanto a la cabeza. Es una batalla que gana siempre el corazón, pero esta vez la guerra la ganó la cabeza, y sin querer. Cuando miré, el amor se había cansado de estar de pie. Solo oí el portazo. Sigo viéndolo a veces, sigue mirándome a distancia, ya no me reprocha nada, soy yo el que solo ve lo que perdí, lo que ya no tendré. Y las sillas de mi casa siguen ocupadas, y no se por qué.

Nunca la ausencia ha ocupado tanto espacio, nunca las lágrimas han tenido tanto sentido, nunca la vida ha tenido menos. La congoja de mirar adelante y no ver nada que me guste. Ni una pequeña ilusión.

Se equivocaba quien decía es es mejor amar y perder que no haber amado nunca. Cuando sabes que ha sido por tu culpa, y que nunca más habrá una segunda oportunidad, la desolación y la memoria impedirá por siempre la felicidad.

Acertó Neruda sin embargo.
Es tan corto el amor y tan largo el olvido.