En una mirada empieza todo. O eso creemos. O eso queremos
creer.
De repente una mirada en el autobús, en el trabajo, en
clase, en un restaurante. Y suele ser una mirada correspondida, y entonces ya
no es solo una, son dos, son tres, son muchas. Y son menos de las que nos
gustaría, miradas nuestras que se pierden sin coincidir con la suya, y miradas
de la otra persona que nos perdemos. No se cuales nos duelen más.
Y a partir de aquí leemos promesas, sueños, formas de ser,
sonrisas. Y creamos historias alrededor de ellas, y de esas historias inventamos realidades, y sin darnos cuenta damos por verdad lo que no es más que humo. Humo
invisible o humo de colores, pero humo.
Y a veces ahí comienza algo, no solo una ilusión, sino algo
más tangible, algo que sentimos, algo que vemos, que vivimos. Y entonces hay
mucho más. Hacemos a esa persona parte de nuestro universo, de hecho lo
llenamos con su energía, con su presencia, con su ausencia, con su cuerpo y con
su alma, con sus palabras, con sus silencios.
Y un día no está. Un día nos deja, y nos sentimos
traicionados. Nos sentimos traicionados porque aquella mirada nos dijo tanto,
nos prometió tanto. Pero es mentira, las miradas nunca prometen una vida,
prometen siempre un momento. Un momento de lujuria o un momento de amor. Un
momento de risas, de palabras, de compañía, de confidencias, de complicidad. Un
momento largo o corto. Un momento.
Una mirada no cambiará mi mundo. Yo he cambiado mi mundo por
una mirada. Por un momento.
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